viernes, 28 de febrero de 2014

ENSENANZAS: TEMA 1.4. LOS DISCIPULOS EN EL EVANGELIO DE JUAN

1.4. Los discípulos en el evangelio de Juan
En el evangelio de Juan los discípulos se identifican prácticamente con los creyentes. La distinción que hacen los Sinópticos entre diversos grupos de seguidores de Jesús (los Doce, otros discípulos, la gente) no es tan clara en Juan. El grupo de los Doce sólo aparece en un pasaje a lo largo de todo el evangelio (Jn 6,70-71), y no es representativo de la visión joánica del discipulado. El discípulo ideal no es Pedro, sino el Discípulo Amado, que es presentado como modelo de fe en Jesús (Jn 20,3-9. 20-21). Los discípulos son, ante todo, los que creen en Jesús (Jn 2,11), y todo el que está unido a él por la fe es un discípulo (Jn 15,1-8).
Esta visión de los discípulos refleja más la situación de la comunidad de Juan, que la experiencia histórica de los primeros seguidores de Jesús. Los discípulos de Jesús, en cuanto modelo de la comunidad joánica, siguen a lo largo del evangelio un proceso de iniciación que les conducirá al conocimiento pleno y a la fe. Las dos primeras secciones del evangelio presentan, sucesivamente, el proceso de fe de los discípulos (Jn 1,19-2,11), y las actitudes de algunos personajes representativos (Jn 2, 12-4, 54). A partir de entonces, los que han creído en Jesús vivirán junto a él un proceso de enfrentamiento y diferenciación con respecto a "los judíos" (Jn 5-12). Esta confrontación los preparará para una intensa iniciación (Jn 13-17), que culminará con la manifestación de Jesús y la efusión del Espíritu (Jn 20).

El momento en que mejor se expresa la concepción que Juan tiene del discipulado es la larga sección en torno a la cena de despedida de Jesús, que es propia de este evangelio (Jn 13-17). Jesús se encuentra sólo con sus discípulos y va guiándoles a través de un proceso de iniciación que pasa por diversas fases. A lo largo de este proceso van apareciendo los rasgos característicos del discípulo: un amor como el de Jesús, la unión íntima con él y con el Padre, y sobre todo la posesión del Espíritu. El Espíritu, prometido aquí repetidas veces e infundido en ellos después de la resurrección (Jn 20,19-23), es quien les quien les mantiene unidos a Jesús y les ayuda a entender sus signos y sus enseñanzas.

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