LAVAR LOS PIES A LOS HERMANOS
EN LA Última Cena, según el Cuarto Evangelio (Jn 13, 1-15), en un clima cargado de honda emotividad por la despedida del Señor ante su inminente condena al suplicio de la cruz, Jesús lavó los pies a sus discípulos. Gesto extraño, pero cargado de un significado tan trascendental, que siempre podremos encontrar en él, los que queremos ser seguidores del Nazareno, un punto de referencia para hacer más auténtica nuestra vida y tarea cristianas en el mundo.
En tal escena, sin duda una de las más bellas de toda la literatura religiosa universal, suficiente para acceder al más vivo conocimiento del Corazón de Dios revelado por Jesús, ocurrieron (debieron ocurrir, según nos lo hace entrever el texto joanneo) inquietudes y preguntas, llenos del más ardiente interés y preocupación por entender lo que se estaba dando ante sus ojos atónitos. ¡Tanto sugería a los allí presentes el gesto humilde de su Maestro: Si no te lavo los pies no tendrás parte conmigo!
Hoy nos toca a nosotros, herederos del peso de veinte siglos de cristianismo, herederos de aquella gesta de amor y de servicio que encarnara la despedida de Jesús, intuyendo que en eso de lavar los pies se contiene mucho más que una piadosa tradición repetida año tras año por las iglesias en el Jueves Santo, deseando ardientemente entrar en comunión con el Corazón del Maestro, hoy es deber nuestro interrogar, hasta llegar a saber con sabiduría incuestionable, por qué y cómo Él me ha lavado los pies a mí, por qué y cómo debo lavarlos yo a mis hermanos.
Maestro, ¿por qué me lavas los pies? ¿Qué quieres significar con este gesto humilde, propio de los esclavos?
Los pies sostienen el cuerpo entero. Los pies nos enraízan a la tierra que pisamos, en la que hemos nacido y de la que formamos parte. Los pies nos permiten movernos en el espacio, manifestando así, según la dirección que toman nuestros pasos, los objetivos y anhelos de nuestro vivir y de nuestro amar.
Los pies están orientados a un caminar hacia delante, ¡nunca hacia atrás! (caminar “hacia atrás” es una expresión de desorientación, de pérdida del verdadero norte de nuestros pasos). Son así el símbolo del progreso y de la ascensión a que está llamado el hombre. Los pies, pues, resumen el misterio de la existencia humana: itinerante, peregrina en este mundo hacia su verdadera patria: la casa del Padre, la Comunión Eterna en el Dios Viviente con la entera Creación.
Algo voy comprendiendo, Maestro, algo solamente, aunque ello me parece muy importante; pero aún me queda mucho por comprender. ¡Nunca antes había caído en la cuenta de lo mucho que significan los pies para los seres humanos!
Lavaros los pies significa que mi servicio de Maestro y Señor -según vosotros me llamáis-, ha consistido en enseñaros a caminar por la vida, es decir, a ser libres y a plantearos metas altas de conquista en los auténticos valores humanos. No ha sido lo mío lavaros la cabeza, sino los pies. No he pretendido alimentar el mundo de vuestras ideas, sino desataros de las falsas concepciones de la vida, que dificultan vuestro caminar gozoso y libre, veraz y responsable, audaz y creativo. He querido enseñaros a ser, a que seáis vosotros mismos, siempre fieles a vuestra dignidad humana y a vuestra vocación divina.
Un momento, Maestro, un momento; ¿no estás dando demasiada importancia al papel de los pies en el conjunto del cuerpo humano y del ser total de la persona?
Los pies sostienen todo el cuerpo. Los pies representan la libertad del hombre sobre la tierra. Esa libertad que llevamos en nosotros y que tenemos que defender y acrecentar, como imágenes vivas de un Dios Libre. ¡Pobres hombres y mujeres aquellos que no saben caminar hacia la verdad de sí mismos, hacia el encuentro y comunicación sincera con los hermanos y hacia la confianza y abandono en Dios Padre! ¿Para qué les sirven entonces los pies? La existencia humana sobre la tierra se define como camino. Un camino para cada uno que tenemos que aprender a recorrer, en parte, solos; en parte, acompañados. El que sabe andar su propio camino, puede ayudar a otros muchos a encontrar el suyo propio.
Entonces, Maestro, si no he entendido mal, ¿toda nuestra misión se reduce a lavar los pies de las personas a quienes anunciamos el Reino? ¿Lavando los pies ya estamos predicando la Buena Noticia de la salvación?
Sí; si habéis entendido bien lo que yo he hecho con vosotros a lo largo de estos casi tres años que hemos convivido caminando juntos por Galilea. He querido enseñaros a ser fieles, cada uno a sí mismo, como condición de toda otra fidelidad, incluida la que debemos a nuestro Padre del Cielo. Pues nuestro Padre quiere verse reflejado en cada uno de sus hijos e hijas, que defienden su libertad, aman su individualidad humana, y se disponen gozosamente a servir a sus hermanos. ¿No habéis percibido en todas las curaciones de ciegos, tullidos y leprosos, esa invitación a ser ellos mismos, a caminar por su propio pie en libertad y responsabilidad, hacia las auténticas metas de sus vidas? ¿No habéis entendido que el perdón de los pecados consiste en desatar al pecador de todos sus miedos, complejos de culpabilidad, desconfianzas en sí mismo, para llegar a estar en condiciones de disfrutar más y mejor con los bienes que el Padre les regala cada día?
¿Y, a quién tengo yo, que quiero seguir tus huellas, que deseo con ardiente corazón ser fiel a tu llamada, a quién debo yo lavar los pies, Maestro? ¿A quiénes debo prestar este servicio humilde y desinteresado de ayudarles a ser libres y responsables en la vida, auténticos y fieles a sí mismos?
Son muchos los que esperan de ti ese servicio, aunque muchas veces ni ellos mismos se den cuenta de que lo necesitan. No olvidéis que la libertad asusta al hombre. A menudo los humanos se conforman con migajas de libertad; pero una libertad radical, aquella que nos lanza a la aventura de conquistarnos a nosotros mismos, de vivir para ser, cultivando la propia humanidad lejos de todo conformismo y afán de seguridades…, esta libertad -única digna de tal nombre-, es muchas veces más temida que deseada por los humanos. ¡Es tan frecuente para los humanos situar su felicidad individual por encima de sulibertad personal!
Difícil tarea, pues, Maestro, esta de ayudar a los hombres y mujeres a ser libres…
Por supuesto. Pero siempre encontraréis en vuestro camino evangelizador personas dignas de su humanidad, que esperan de alguien ese gesto fraternal que les ayude a liberarse de sus condicionamientos: dudas, temores, ansiedades, desesperanzas, evasiones… Esas personas que mantienen su rebeldía ante la nada, ante el absurdo y la muerte, y no se resignan a vivir sin su dignidad reconocida y respetada, sin un destino que satisfaga sus más hondas aspiraciones de felicidad y vida. Esas personas son la buena tierra en la que da mucho fruto la palabra evangélica. En los rebeldes e insatisfechos hay ya un largo camino abierto para el encuentro con la voluntad del Padre.
¡Qué hermoso, pues, Maestro, poder prestar en el mundo un servicio tan liberador a nuestros hermanos!
Lo prestarás en la medida en que participes con ellos en sus luchas de liberación. Porque, aunque muchos no sepan que necesitan de la predicación evangélica, lo sabrán al percibir en tu actitud de servicio desinteresado, en tu amor arriesgado por ellos, que lo haces todo por solidaridad en sus problemas y en sus aspiraciones legítimas. Gratis lo habéis recibido, ¡dadlo gratis!: será el gozo de sentirte liberado por el Amor del Padre lo que contagiará alegría y afán de libertad en otros. El evangelizador es un comunicador contagioso de su propia libertad.
Con todo, Maestro, no debe ser nada fácil eso de lavar los pies, eso de enseñar a los hombres a ser libres, eso de contagiar a otros la propia alegría de la fe.
Lavaros los pies supuso para mí subir a la cruz. No esperes que te cueste menos. Pero no temas: la cruz se ha revelado para afirmar en el mundo el auténtico e indiscutible humanismo: el que da la vida por los amigos. Rechazar la cruz que te impone ayudar a mujeres y hombres de tu entorno histórico a ser libres, significaría renunciar al poder renovador, de resurrección, que nace de la cruz del amor para el mundo entero. Sólo muriendo en fidelidad a sí mismo y a la tarea que te ha sido encomendada -como el grano de trigo que se pudre para poder llegar a ser espiga granada-, se permanece dando vida a otras vidas.
(CONTINUARA...)
Bendiciones y paz amados hermanos.
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